Esta noche vas a cenar en Hawthorne, uno de los restaurantes más exclusivos del mundo. Por la experiencia gastronómica que te espera, vas a pagar 1.200 euros por cubierto, y esta Meca de la alta cocina se encuentra en una pequeña, pintoresca y aislada isla a la que solo se puede llegar en barco privado. Como uno de los pocos elegidos, durante cuatro horas y media te atenderán de una forma con la que solo podrías soñar. Verás cosas que nunca antes habías visto. Experimentarás sabores que nunca pensaste que existieran y conocerás a gente que desearías no haber conocido nunca.
Esa es la premisa sobre la que se asienta la última sátira de terror de Mark Mylod, El menú, que ciertamente no escatima a la hora de burlarse y atacar a la pretenciosa clase alta en general, y del fenómeno foodie en particular. Doce personajes cuidadosamente seleccionados llegan a la isla, todos con algún tipo de antecedente e historia del pasado con el legendario chef Slowik (Ralph Fiennes). Todos menos una, Margot (Anya Taylor-Joy), que se ha unido al evento como "segundo plato" de un obsesivo y autoproclamado experto en comida, Tyler (Nicholas Hoult). Pero ella misma no acaba de creerse, ni compartir, el concepto de la buena mesa. En compañía de un sabelotodo tan molesto como Tyler, es fácil para el espectador entender por qué es difícil apreciar una simple pero sabrosísima mignonette de ostra. Los demás invitados son un puñado de bocazas con títulos inventados que han visto tiempos mejores. Críticos gastronómicos amargados, actores retirados, codiciosos corredores de bolsa y ayudantes trepas. Una pareja ha cenado once veces en Slowik's sin saber si habían comido bacalao o fletán.
Margot no pertenece a ese mundo. A ella le importa un bledo si la vaca lechera fue asesinada a los 152 días o al 153. Le da igual cómo suena una vieira al morir o si la cocina es italiana o francesa. Se encoge de hombros ante un vino que emana añoranza y tristeza, y el hecho de que los platos servidos sean tan bellos como pequeñas obras de arte le trae sin cuidado. Está allí para que le den de comer, no para recitar crónicas gastronómicas ni escuchar historias de la infancia del chef, que empiezan pronto, intercalándose entre Slowik y sus expectantes comensales. Desde el primer plato, queda claro que va a ser una noche especial. "Plato de pan sin pan" es exactamente lo que parece: Un plato de pan vacío. En el que se deja una nota descriptiva del pan en lugar del propio producto. ¿Se trata de un juego con la gastronomía molecular o de una burla de la creciente tendencia a la expectación? Cuando uno simplemente espera recibir un pan de masa madre premiado, un pan tan especial que se han escrito canciones sobre él. Ahora que falta por completo, el mundo entero se vuelve del revés para los selectos comensales del lugar. Es como una bofetada en la cara y se empiezan a oír susurros indignados por la sala. "¿Cómo se sale con la suya?". Pero lo que oímos nosotros, también lo oye Slowik. Si alguien se queja de una emulsión agrietada, puede esperar más de lo mismo. Alguien intenta la vieja técnica de "¿tú sabes quién soy yo?", recibe un "Por supuesto", pero también una negativa. Poco a poco, los comensales empiezan a darse cuenta de que no se trata de un menú degustación cualquiera.
El Menú impresiona a muchos niveles. Es una sátira astuta que realmente consigue poner el dedo en el problema del clasismo, donde todo el mundo es dueño de alguien y a lo largo de la película hay referencias a la mal pagada y a menudo ingrata profesión de servicio, donde la pasión por el proceso creativo se enfrenta a sus clientes ricos, que solo están ahí porque creen que el dinero puede comprarlo todo. Pretenden saberlo todo sobre la cocina, pero nunca han preparado una bullabesa en su casa, probablemente ni siquiera han frito una hamburguesa. Le ponen etiquetas chillonas al trabajo de toda la vida de otra persona, sin ni siquiera ser capaces de pronunciar correctamente los ingredientes. Les encanta la nieve en los platos, pero solo porque está de moda, porque es 'trending' en las redes sociales en este momento. Hacen fotos con poca luz que no hacen justicia al plato. Son auto proclamados entendidos que lo dan todo por hecho y, para colmo, demuestran el poder de los medios de comunicación en la sociedad actual. Que pueden hundir por sí solos toda una empresa, o aplastar un sueño con solo unas palabras desagradables. El modo en que se aborda este tema en El menú es magistral.
Slowik no es un héroe, sino un psicópata a sangre fría y un narcisista en toda regla, pero a pesar de ello es el personaje por el que más siento compasión. Cuando intenta complacer lo imposible, acaba perdiendo su propósito en la Tierra, la alegría y el deseo de complacer. Este es también el mayor problema de la película. De todos los doce invitados a la cena, no hay ninguno que merezca mi empatía. Es un gran bulto genérico de personajes unidimensionales y prepotentes por los que no sentiría pena ni por un minuto, si ellos mismos hubieran acabado en la cazuela. Sin embargo, entiendo por qué. Porque es un conjunto que en cierto modo también representa a la sociedad en general y, con un poco de imaginación, a los siete pecados capitales, con la lujuria, la avaricia, el orgullo, la gula, la pereza, la ira y la envidia. Cualidades menos halagüeñas que en realidad se pueden pegar a todos los visitantes, pero a unos más claramente que a otros. Por ejemplo, tenemos al hombre mayor adinerado con gusto por las mujeres jóvenes, a los corredores de fondos de cobertura ávidos de dinero en los que una vida de mediocridad nunca es una opción. Tenemos al crítico gastronómico que se considera por encima de todo y de todos, incluido Tyler, que es la esencia misma de la gula. Todos tienen un papel que desempeñar en este chef-d'oeuvre.
Esta noche, un total de siete historias se sirven en hermosos platos y aquí dejamos a un lado todas las normas y nos adentramos en el corazón mismo del arte de la cocina. Lo que separa a un restaurante estelar de un antro decente. La imaginación, la presentación, el amor y el afán por ser siempre el mejor y hacerlo a toda costa. A veces tienes que vender todo lo que posees y tienes, a veces tienes que mudarte a tu propia isla y aislarte de la civilización para cocinar el mejor filete de cordero que el dinero pueda comprar. En un mundo perfecto, Hawthorne habría sido un regalo, una bendición y un favor. Para quien quiera ahogar sus penas en algo bello, para quien busque inspiración y no le importe lo que le depare el mañana, sino que solo quiera vivir el aquí y el ahora. Para cualquiera que solo quiera escapar por un rato de la vida cotidiana. Pero aquí se convierte en un lugar de encuentro para la ansiedad. Una casa para las verdades y un destino final para los sueños.
El Menú es una película que a veces es tan increíblemente bella que hace que se te humedezcan los ojos y se te acelere el pulso. Aquí, el director de fotografía Peter Deming se ha superado a sí mismo creando una presentación que no pocas veces recuerda a Chef's Table, aunque con un ambiente mucho menos agradable en la cocina. Los colores y las formas cobran vida ante mis ojos y se convierten en pequeñas obras de arte culinarias de primer orden. Casi puedo tocar los ingredientes y sentir los sabores acariciando el sello de goma en una sinfonía de erotismo aromático. Si a esto le añadimos la banda sonora de Colin Stetson, emerge una sensación de elegancia siniestra a la que es extremadamente difícil resistirse. Esta eufórica sensación de perfección persiste tanto en el entrante como en el plato principal, pero el postre es desgraciadamente, como tantas otras veces, decepcionante.
Tras deleitarnos con vieiras recién cosechadas, plantas y flores de la isla y revolcarnos con verduras cocidas a presión, tuétano de hueso y ternera au jus, nos vemos obligados a terminar la velada con un final que deja muy poco a la imaginación. En cierto modo, es un final perfecto, ya que esa suele ser la sensación en la vida real cuando llega el postre y resulta ser una versión cansada del Tiramisú o un sorbete aburrido. Por otro, se siente increíblemente flácido y también un poderoso lavado de cara a todos los que hemos asumido que obtendríamos alguna explicación de por qué está sucediendo esto, aquí y ahora. A pesar de todo, El menú es un plato delicioso que merece la pena degustar. ¡Que aproveche!