Doom 3 fue una experiencia extraña, incluso cuando salió por primera vez. Sin duda era gráficamente revolucionario para su tiempo, especialmente por su forma de gestionar la iluminación (consiguió de las sombras más realistas que se habían visto jamás).
Desde el punto de vista jugable, tuvo más bien poco en común con sus predecesores. Vale, todavía había que disparar a los demonios con la escopeta, y tanto la historia como el diseño de los enemigos se percibían como parte del universo. Pero donde Doom y Doom II eran brutales revolcones llenos de acción, con grandes zonas y muchos monstruos, Doom 3 era otra cosa. Era claustrofóbico, lento... y rara vez te enfrentabas a más de un par de enemigos a la vez.
Doom 3 optó por posicionarse como una experiencia terrorífica y llena de sustos, lo que tampoco era una premisa precisamente mala. Por desgracia, interpretó estos sustos de una forma bastante simplona, y durante la mayoría del tiempo se limitaban al típico y pobre susto de la puerta que se abría detrás de ti o del duendecillo que te tiraba bolas de fuego.
OK, a lo mejor no estamos siendo demasiado precisos: a veces no era un duendecillo, sino otro tipo de monstruo. Pero el caso es que Doom 3 estaba orgulloso de generar monstruos por fuera de tu campo de visión, una mecánica que empezó a quedar mal demasiado rápido.
Por alguna razón, Id Software y Bethesda concluyeron recientemente que era un buen momento para re-lanzar esta tercera entrega en un paquete titulado la BFG Edition que también contiene la expansión Resurrection of Evil, una nueva mini-expansión, las dos primeras entregas y diversos retoques del sistema de juego como guinda.
Sin duda, el ajuste más importante es que puedes usar tu linterna mientras llevas un arma, mientras que en el original tenías que escoger entre apreciar el entorno o disparar a lo que tuvieras delante cuando no se veía ni de cantar. Id se ha dado cuenta de que, por mucho que aportara tensión, esto servía principalmente para frustrar a los jugadores.
Ahora te mueves con más velocidad y hay algo más de munición disponible por el escenario. Son dos factores que suben la acción y el ritmo general del juego. Aún se trata de una experiencia lenta comparada con los primeros capítulos, pero sin duda es un avance.
El paso de los años no ha sido bueno con Doom 3. Aquella iluminación y los decorados de ciencia ficción aún resultan atractivos a la vista, pero los personajes humanos no pasan el corte y las animaciones de los monstruos resultan entrecortadas y rígidas. El sonido es muy flojo, con unos efectos a los que les falta el peso e impacto que cabría esperar. Las bolas de fuego hacen un extraño sonido estático y los barriles explosivos estallan como cuando haces lo propio con una bolsa de papel. Probablemente todo esto tenga que ver con que Trent Reznor tuvo que retirarse del proyecto, lo que provocó que el paisaje sonoro tuviera que ser sustituido en el último instante.
Los fallos en el sistema de juego en sí también destacan más ocho años después. Pronto empieza a hacerse repetitivo, tanto por las mecánicas como por el diseño de niveles y los viejos tiroteos.
Un ejemplo: muchos de los monstruos tienen la manía de correr hacia a ti y agacharse para que tengas que apuntar hacia abajo para atinarles. Otro detalle agobiante es lo inconsistente que es la escopeta. No recuerdo tener un arma de tal inconsistencia en ningún otro juego, pues aquí para cargarse a un diablillo hacen falta de uno a cuatro disparos, dependiendo de la suerte y la distancia. Básicamente tienes que ponerle el cañón en la tripa para estimar cuánto daño le puede hacer a tu enemigo.
Las cosas mejoran un poco con la expansión Resurrection of Evil y la novedad The Lost Mission, pues ambas presentan más variedad y mejor ritmo. Resurrection también incorpora nuevas ideas y puzles gracias a una especie de copia recortada de la pistola de gravedad de Half-Life 2 y a un artefacto demoníaco que entre otras cosas ralentiza el tiempo en sus inmediaciones. The Lost Missions aporta diseño de juego como un todo.
En el disco también han grabado Doom y Doom II, unas versiones que en Xbox 360 son idénticas a las de Live Arcade (y de hecho aprovechan las mismas partidas guardadas; pude seguir una que comencé en 2006). Es un buen detalle, pues estos dos capítulos son obras maestras eternas con las que merece la pena pasar un rato de vez en cuando.
Pero en general, Doom 3 BFG Edition sigue siendo un pack que no logra impresionar. El juego tiene muchos fallos que solo consiguen notarse más con el paso de los años, mientras que los pequeños retoques no pueden maquillarlos. Hoy en día, Doom 3 parece una copia diluida y menos pulida de Dead Space, algo que ahora resulta una extraña paradoja.
Al final queda una recopilación que solo atraerá a los fans de Doom más apasionados que quedan por ahí. Si nunca jugaste a Doom 3, o si nunca te llamó del todo la atención, esta bien que sigas así.