Bajo el resplandor fluorescente de un almacén, un trabajador danés apila cajas de huevos no refrigerados. Mientras tanto, Estados Unidos, empeñado en reclamar la extensión helada de Groenlandia, se apresura a llenar sus propias estanterías vacías.
Con la gripe aviar diezmando las granjas avícolas estadounidenses y los precios disparándose a casi 6 $ la docena, la administración Trump, mientras mantiene sus amenazas de anexión y aranceles, ha pivotado hacia una petición urgente: huevos, y muchos.
El sector avícola danés, cauto pero cooperativo, contempla obstáculos logísticos como las diferentes normas de higiene y los picos de demanda en Semana Santa, mientras que los funcionarios estadounidenses esperan en silencio que las importaciones europeas puedan atemperar el pánico interno.
Mientras Estados Unidos navega por un laberinto de prioridades contrapuestas, el hambre estadounidense de huevos asequibles frente a su afición a las maniobras geopolíticas, el resultado depende de la fragilidad de las cadenas de suministro, la delicadeza diplomática y los caprichos de un virus que no tiene piedad.