Cuando vi los primeros materiales de Matrix Resurrections, mi principal temor era que se convirtiera en una parodia mala de lo que fue la trilogía original, o que pareciera simplemente un episodio más largo y costoso de Sense8. Estos dos presagios se han cumplido en parte, pero no siempre para mal.
Lana Wachowski es totalmente consciente desde el primer minuto del metraje de que quiere hacer una cinta autorreferente. Pero no lo hace como un reboot o como un remake, sino de una forma muy peculiar, con un recurso ingenioso que sirve para varias cosas. En primer lugar, sitúa a Thomas "Tom" A. Anderson en un mundo, y con un empleo, que da rienda suelta a su conflicto psiquiátrico. Sin destripar la clave, digamos que el programador de esta actualidad está mucho más cerca del gaming, y que esa idea permite a la directora lanzar descaradamente imágenes de la trilogía original cual recuerdos de los personajes... y de los fans.
Este descaro en la autorreferencia diluye el riesgo de refrito barato. Cada plano que está calcado (y son muchísimos), cada guiño que los fans querrán detectar, si me permitís el mío propio, está ahí con todo el propósito (objetivo) del mundo, sin cortarse un pelo. Además, resulta que una de las cosas que funcionan de Matrix Resurrections, sobre todo durante los primeros compases, es el humor. En la metaparodia, la interpretación de Keanu Reeves, una de las más coloridas que se le recuerdan, lidiando con su aparente locura, ayuda mucho a que la colección de coñas sobre aquellas películas, sus personajes y lo que significaron, arranquen más sonrisas que sonrojos.
Así, pasamos del western mezclado con película de kung-fu a una pseudocomedia o drama romántico intercalado con escenas de acción, todo poniendo sobre la mesa dos o tres temas para reflexionar. Algunos vienen evolucionados de las originales (control, ilusión, elección, mesías), otros basados en la sociedad actual (conexión, percepción de uno mismo, ansiedad, el poder de la nostalgia, conformismo, el metaverso), todo presentado con la marca registrada de las Wachowski, pero más de las de ahora, que de las de antes.
¿Qué significa esto? Que los diálogos se alejan de aquellos monosílabos que hoy resultan irritantes, que abusan menos de la cámara lenta y de la literalidad de los golpes de artes marciales buscando más fluidez o brutalidad, o que el colorido inunda la pantalla en todo momento. De hecho, toda la fotografía 'sabe' a Sense8, directamente porque comparten parte del equipo y, de paso, algunos actores de la serie.
Pero también de ahí, de ese estilo, vienen algunos momentos muy bobos, algunas escenas que rozan lo patético por su ejecución, y no precisamente porque estén contando chistes malos. Me encanta que Resurrections no se tome en serio todo el quid de la cuestión, pero a la elaboración de ciertas secuencias sí hay que pedirle seriedad... y en algunos casos, de nuevo, propósito. En este sentido, hay dos o tres partes que directamente sobran o que se hacen demasiado largas, y en el primer saco puede ir alguno de los cameos más forzados.
Por otro lado, la forma en que Resurrections continúa la historia un tiempo después de los sucesos de Revolutions tampoco está tan mal traída. De nuevo evitando spoilers, hay varios recursos decentes a nivel argumental, lo que lleva a ciertas revelaciones casi brillantes o emocionantes, pero que siempre se quedan en el casi. Los que gusten de explorar el 'lore' de ciencia ficción tienen aquí material para bien y para mal, desde inventos y respuestas (me ha encantado la corriente del Neologismo o lo que está pasando entre las máquinas) hasta agujeros y fantasía de relleno (como la mayoría de cachivaches).
De hecho, el motivo central por el que el Neo de Keanu Reeves y la ¿Trinity? de Carrie Anne-Moss tienen que reencontrarse, su papel en los mundos y en esta Matrix, sabe enlazar con destreza y, ahora sí, ofrecer un propósito a la mayoría de proposiciones periféricas de este episodio. Su importancia encaja con su historia de amor, y su mayor dilema es de lo más interesante de todo el largometraje.
Quizá este popurrí habría dejado mejor sabor de boca con un cierre a la altura de Matrix o Reloaded, pero el tramo final de la cinta, sobre todo sus escenas de acción, hacen más mal que bien al todo, y eso que es cuando la cuestión romántica se va despejando. Ese montaje en paralelo que tantas veces han hecho las Wachowski no acaba de hacer clic aquí, hasta el punto de romper un ritmo que ya iba a trompicones, y aunque la historia se esfuerce por buscar frescura y originalidad en los resultados finales, la pena es que no consigue que le importe demasiado al espectador. Quizá porque nunca hay sensación de que la humanidad esté en juego, ni miedo real en el mundo ídem.
Lana Wachowski es sincera y humilde, a la par que atrevida y muy original, a la hora de homenajear la obra que le cambió la vida a ella y a su equipo, y que marcó a toda una generación. La estructura y la propuesta de Matrix Resurrections llegan a sorprender por cómo usa el material anterior, pero este fan service tan diferente no basta para sujetar una trama mucho menos trascendente a nivel humanista, una falta de trasfondo, una gracia que se va perdiendo y unas escenas de acción irregulares. A los buenos de Neil Patrick Harris, Jonathan Groff, Keanu Reeves y algunos de los nuevos secundarios (como Jessica Henwick, Bugs) les pasa lo mismo con un resto del elenco que va de más a menos. Eso sí, mantengo que todo fan de Matrix debe ver Resurrections ahora o cuando llegue a HBO Max, aunque sea solo por disfrutar de ese recurso central que da tanto juego o de cómo avanza la ficción en la línea temporal para marcarse un epílogo que resulta a la vez familiar pero muy cambiado en tonos.