Un padre protege a su familia.
Este es el mantra que el ex marine Jake Sully se repite a sí mismo durante varias etapas de su nueva vida en Pandora. Es difícil ser líder cuando también se asume el papel de mentor y de padre. En El sentido del agua, Sully tiene que cuidar de nada menos que cinco jóvenes, entre los que destacan dos: uno es Kiri, la hija de Grace (Sigourney Weaver); que nació en extrañas circunstancias, y el otro es más bien un gato de hierro, el pequeño humano Spider, que se cree Na'Vi. Además, cuidar de los pequeños se ha vuelto mucho más difícil desde que los humanos regresaron a Pandora para reclamar lo (que creen) que es suyo. Esto también significa que Jake Sully se convierte más en un general de guerra que en un padre, lo que obliga a Sully, Neytiri y el resto de la familia a huir a una tribu acuática. Sin embargo, esas aguas son cualquier cosa menos tranquilas.
Un padre protege a su familia. A cualquier precio. Pero, ¿cómo proteger a tu familia cuando eres constantemente un objetivo?
Volver a Pandora resultó un poco extraño 13 años después, sobre todo porque muchas cosas eran iguales. La fiebre del 3D se apagó rápidamente después de que Avatar arrasara en todo el mundo, y desde entonces Cameron se ha obsesionado con perfeccionar su técnica cinematográfica y justificar el uso de dicha tecnología. Esto significa que las gafas 3D están de vuelta. Cameron también ha conseguido utilizar la tecnología High Frame Rate, como hizo Peter Jackson en sus películas de El Hobbit. Esto significa que varias escenas parecerán aceleradas, como sacadas de una escena de un videojuego. Los que se sientan desanimados por este aumento de la velocidad de imágenes por segundo quizá prefieran verla en una pantalla 2D tradicional.
Reconozco que al principio me costó un poco acostumbrarme a estas escenas. Sin embargo, en cuanto nuestros personajes se dan un chapuzón en el océano turquesa de Pandora, el espectador se ve lanzado a un mundo cinematográfico absolutamente inigualable y mágico, que solo un presupuesto de 250 millones de dólares puede crear, y olvida las dudas que tenía al principio.
No exagero cuando digo que El sentido del agua es una de las películas más atractivas que he tenido el placer de ver en la gran pantalla. Es sin duda la superproducción más impresionante que he visto nunca, porque aquí casi me explora la cabeza pensando en cómo estos pitufos espaciales animados por ordenador podían tener tan buen aspecto. Es como flotar con los personajes en las aguas de otro mundo y nadar entre las olas misteriosas. Es casi un documental en su vertiginosa magia narrativa. Marvel solo puede soñar con lograr este efecto fascinante. Aquí es donde la película da lo mejor de sí: cuando los personajes intentan adaptarse a una nueva vida fuera de su zona de confort. Nos maravillamos a través de los ojos de gato del clan Sully mientras descubren lo que significa cambiar su estilo de vida, sus hábitos y su forma de pensar. De hecho, podría pasarme siete horas estudiando la integración de la familia con la tribu del agua, aprendiendo más sobre su relación con los océanos y durmiéndome con el sonido de los lucios volando durante un eclipse solar.
Avatar siempre ha recibido críticas por su historia trillada y simplona, pero en cualquier caso, Cameron es un maestro a la hora de crear tensión y drama a partir de las historias más sencillas. En la secuela, Cameron tiene bastantes más pelotas en el aire que en la anterior: además de que Quaritch (sí, ha vuelto) tiene una ojeriza impensable con el protagonista, los ahora padres Sully y Neytiri pasan a un segundo plano para centrarse en sus hijos. No siempre todos los personajes obtienen el espacio que merecen, donde, por ejemplo, el testarudo matriarcado de Kate Winslet acaba un poco demasiado arrinconado. Supongo que se están guardando ciertas partes para la tercera entrega, pero rápidamente aprendí a amar los brotes de picardía del clan Sully.
Cameron consigue encontrar el equilibrio entre la angustia adolescente y su mensaje ecologista, y más adelante la historia se centra más en el imperialismo a través de unos balleneros de poca monta. La duración casi nunca desentona, pero hacia el acto final de la película hay demasiadas idas y venidas en la escalada del conflicto, demasiados momentos repetitivos. Los últimos veinte minutos resultan un poco confusos para Cameron, que suele ser muy riguroso en la narración. Sin embargo, es fácil perdonarlo cuando Cameron aún consigue encontrar un equilibrio para todas sus figuras protagonistas. No tiene mayor profundidad emocional que su predecesora, pero la sencillez no importa si la historia de la paternidad se siente natural, y aquí el cineasta consigue mantener el interés del espectador hasta el final, incluso cuando el ritmo se ralentiza para explorar nuevas dinámicas entre lazos de sangre, culturas y sociedades.
En el momento de escribir estas líneas es difícil decidir si Avatar 2 es mejor película que el éxito de 2009. En muchos aspectos, El sentido del agua es un bonito eco de su exitosa predecesora, pero en muchos otros también es una mejora refinada y notable en varios frentes. Una película que te deja sin aliento durante todo su metraje con su profunda riqueza en detalles, y cada escena marina es como sacada de un sueño. Así, la pasión de Cameron por los océanos y por la tecnología cinematográfica es más palpable que nunca. Lo siguiente que uno quiere hacer es alargar la mano en el cine para sentir el agua caliente, la arena suave, los ásperos arrecifes de coral, los peces gigantes con cicatrices.
El sentido del agua es un mundo de ensueño audiovisual con una premisa sencilla, pero también con grandes promesas para seguir explorando el ecosistema profundamente bello de Pandora. No todas las preguntas tienen respuesta en esta entrega, pero una cosa es segura: esta es una película en la que me quiero seguir zambullendo hasta que llegue la tercera entrega.