Este es el último proyecto de una serie de Sega que convierte juegos clásicos arcade en juegos 3D para las consolas portátiles de Nintendo. Aunque algunos de los juegos anteriores requieren mucha nostalgia personal para disfrutarlos más allá de la novedad del efecto 3D, Streets of Rage II fue y sigue siendo un título fantástico que merece esta vuelta atrás en el tiempo (y también el dinero que cuesta).
Si buscas la versión portátil perfecta de este beat'em up con desplazamiento horizontal de la Mega Drive, por fin puedes borrar esa versión para móvil de tu teléfono. Esto demuestra que se necesitan botones físicos para disfrutarlo por completo (y para conseguir moverte correctamente) al limpiar las calles en tu travesía por la ciudad, ya sea solo o con un amigo.
El replanteamiento de los controles originales con tres botones funciona como cabría esperar, aunque los botones frontales cuentan con el apoyo de un atajo con el gatillo para activar el ataque trasero de cada personaje; algo que todavía parece complicado con los botones frontales compactos y más pequeños de la 3DS. Sega ofrece la opción de personalizar los controles, e incluso te permite cambiar entre las versiones internacional y japonesa del juego (Bare Knuckle II, como se conoce el juego en el país nipón) así como entre modos de pantalla normal o clásico (este último está encantadoramente borroso y estirado, como si volviéramos a estar en los 90).
Hay una especie de 'remix' muy divertido en el modo Rage Relay, que cambia tu luchador por un nuevo personaje al morir y te deja rotar con los cuatro personajes del elenco. Aunque nos imaginamos que podría haber sido más divertido si el cambio ocurriera al pasar a cada nueva sección de las pantallas, ya que cuentan con múltiples escenarios. Sin embargo, el estudio sí ha incluido un modo de repetición en el juego, para divertirte con las 'jugadas' más destacadas.
El efecto 3D aporta tanto a la experiencia que merece la pena jugarlo otra vez, incluso para los que ya lo hemos jugado innumerables veces. Por eso, y también para disfrutar de nuevo de su música atemporal y de la satisfactoria sensación del impacto de un puño contra la carne. ¡Trusch!